jueves, 30 de agosto de 2012

UN PEQUEÑO RIZO


          

          Aquellos jardines le estaban inspirando su próxima exposición. Al igual que todos los días, fue de los primeros en entrar. Atravesó el alcázar-palacio, y se situó delante del paisaje que inmortalizaba.

           
         Pronto se llenarían los alrededores de visitantes. A estas alturas, ya se había acostumbrado a que le mirasen por encima del hombro, a que el ruido de las cámaras fotográficas compartiera protagonismo con el grito de los pavos reales, y a que una turba de jubilados se interpusiese entre él y «su modelo», como si aquel rincón fuese el único del inmenso recinto.


          Desplegó el caballete, que portaba todas las mañanas, y, sobre él, descansó el lienzo que pretendía terminar. Abrió su pequeño maletín, y sacó las pinturas y los pinceles; preparada la paleta, inició su labor pictórica.
           

      






         


          Si bien, se consideraba barroco, antiguo y rancio, también, pretendía ser reconocido como un artista que había sabido evolucionar; una especie de esponja que absorbía y aprovechaba las vanguardias. Siempre se vio como un pintor atrevido, costumbrista pero abierto a un constante aprendizaje.





           Pinceladas impresionistas volaban en el tórrido aire, sin que ninguna quisiese ser la última; la permanente lucha por interpretar la realidad exacerbada y su espíritu de superación, le dificultaban, como siempre, el remate de la obra.   



 










          Pensó en dar un paseo, y así despejar la cabeza. Tras cubrir el cuadro con un paño, y guardar los utensilios, comenzó a caminar pensativo entre aquellos centenarios árboles. Con su inseparable sombrero panamá, hacía frente a una de las jornadas más calurosas que sufría en lo que iba de verano.




       En un momento dado, reparó en que pasaba por el mismo sitio, una y otra vez; había entrado en el laberinto de los jardines. «Para laberintos estoy yo ahora», se dijo.

        Los estrechos pasillos, la sofocante canícula, el transitar de la gente y el trabajo por acabar, le impedían discurrir con claridad; giros, y más giros, para acabar en el punto donde empezó. Sentía, cada vez más, que se asfixiaba en aquella atmósfera tan agobiante.

          Notó que le cogían de la mano. Un niño con una caja de pinturas bajo el brazo, viendo la angustiosa cara que presentaba, le empezó a guiar por aquellas encrucijadas hasta llevarlo a la salida.


          –¿Sabías que yo también tuve una caja igual? Una caja de pinturas al oleo que compré con lo que me dieron por una «Cruz de Mayo»– le comentó al crio, al verse liberado de aquel suplicio.

       
          El niño se soltó, y desapareció entre los setos. Lamentando no haberle agradecido su desinteresada ayuda, se encaminó hacia el lugar donde realizaba su quehacer artístico.




         No podía creerlo, ¡el lienzo no estaba!


         Preguntó a turistas, jardineros, vigilantes..., ninguno recordaba haber visto a alguien salir de allí con la obra; nadie sabía nada.


          Abatido, recogió sus cosas, y volvió al estudio.



          No más entrar, quedó paralizado.

          –¡Por fin se decidió a concluirlo!– le espetó un ayudante, admirando el cuadro que reposaba en una silla. Y colocando su nariz a escasos centímetros de la tela, preguntó al maestro:
         –¿Por qué ha incluido a un crio con una caja?


                                                                                                            al pintor Luis Rizo
                                                                        por dedicarme su tiempo,
                                                                        y su arte
  


2 comentarios:

  1. Que tierno..He disfrutado mucho con la lectura ...las fotos don muy bellas y el cuadro del pintor,bastante bueno!!.Gracias Antonio!!

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  2. Fue una suerte para mí, encontrar a Luis Rizo, y que me dejase acercarme a su arte. Debo a este genial pintor, el haber servido de protagonista al relato que más se ha visitado.
    El hecho de que te haya gustado, me alegra la tarde.
    Te agradezco la lectura del mismo, enviándote un enorme beso.

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