lunes, 20 de agosto de 2012

EL REY DE LOS UNOS




           Aquel cercado era singular. Nadie se explicaba lo que ocurría en él; algunos relacionaban los extraños acontecimientos con un antiguo soberano que murió batallando allí.







         La parcela estaba abandonada, esperando una solución urbanística; la maleza, y algún aislado frutal, residían en ella desde hacía décadas. Todos recordaban ese espacio, siempre, rodeado de una valla, y no se sabía de nadie que se hubiese aventurado en su interior.



           Esta historia comenzó cuando unos niños, buscando nidos, se saltaron dentro. A un crío le llamó la atención una solitaria pluma de paloma, y se la llevó. Al día siguiente, otra similar se hallaba en ese lugar, y en sucesivas jornadas ocurrió igual: una pluma relevaba a la retirada.







          Otra tarde, observaron que los naranjos tenían una única naranja cada árbol, y, no salía un nuevo fruto, hasta que no se desgajaba ese.









          Una simpática seta fue avistada una mañana. Los chicos, curiosos por naturaleza, la arrancaron, apareciendo un hongo, al cabo de un rato, plantado en el mismo sitio.



           Una flor por planta, una sola piña, y hasta un desamparado grillo, que era sustituido por otro ejemplar, cuando el anterior era apresado, y, lo más raro, continuaba cantando donde había desaparecido el último.


 




 


   



          Comenzaron las divagaciones, los relatos macabros, las fantásticas visiones nocturnas. Se consiguió que las madres prohibiesen a sus hijos adentrarse en aquel recinto; que algunos buscaran vivienda en otros barrios, y que muchos se quejasen al propietario de los terrenos, el Ayuntamiento.


 
          Este, el consistorio de la ciudad, decidió acabar con ese problemático asunto, de una manera definitiva: se recalificó el solar, y se levantó un centro comercial.  



          




         Una noche, un vigilante del nuevo edificio, atraído por un persistente grillar, halló, en una enorme maceta que decoraba el vestíbulo, una pluma; alumbró con su linterna al techo pero no vio ninguna paloma. Siguió buscando al dichoso grillo en ese macetón, y creyó haberlo encontrado, pero no era más que una pequeña y solitaria seta. En ese momento, sintió que algo chocaba contra su pie. Al bajar el foco, descubrió «una única naranja».







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