LA NIEBLA (y II)

          En su afán de fotografiarlo todo, se separó del resto, perdiendo la noción del tiempo y del espacio, y olvidando lo que subía del valle.

             
 

          Al cabo de un rato, los alrededores se tornaron blanquecinos, y, a duras penas, regresó a una solitaria y mojada cruz; los demás pensaron que había iniciado la vuelta, y lo olvidaron allí, en la cima. De entre las ideas que comenzaron a rondar su cabeza, una le atenazó: qué sería de ella, su compañera, cuando adviertiera que no retornaba con los otros.

           Por si fuera poco, no alcanzaba la vista más allá de sus pies; parecía como si le hubiese tragado una enorme nube. Para evitar un probable accidentes, optó por permanecer quieto y tranquilo hasta que despejara. Se enfundó el chubasquero, a fin de hacer frente al húmedo viento nebuloso, acurrucándose en la señal cristiana; la soledad más absoluta, en un sobrecogedor silencio.

          El madrugón de ese día le pasó factura, y quedó profundamente dormido.

           Pronto le asaltó un sueño en que se veía, solo, subiendo escarpados acantilados; adentrándose en frondosos valles; rodeado de nieve, o de arena; coronando alguna recóndita cumbre,… imágenes a una velocidad de vértigo, mezcladas, entrelazadas, y, de repente, una explosión; desde Santianes, alguien había lanzado un volador, despertándolo.

  

   

                                          

                     

          Se incorporó, y percibió cómo la realidad volvía a su ser, reapareciendo, poco a poco, las formas y los colores; agarró su mochila, y comenzó a bajar.

          Divisó al grupo pero iban tan lejos, y el suelo estaba tan resbaladizo, que dio por imposible su alcance.

          Las inquietantes visiones que había soñado en la cruz, le carcomieron durante el descenso; esas apariciones, unidas a la neblina que aún persistía en aquella zona, producían en él una opresiva sensación de desamparo.

  

            Estos pensamientos cesaron cuando observó una silueta en el camino. Era su amigo Paco que, percatado de su bajada, le aguardaba sentado.         

          Esa imagen, le trajo a la memoria las veces que ella, su compañera, esperaba, pacientemente, a que regresara de curiosear las inmediaciones de algún sendero. También recordó, lo que hubiera sido de él, de no haber contando con amigos que hiciesen más llevaderos los cinco años transcurridos desde que ella, su compañera, falleció.

               

a Macu, hoy, 25 de agosto

a ella, su compañera