sábado, 28 de julio de 2012

EL POZO DE LOS NO DESEOS



          La abuela Ana levantó la cabeza, y vio lo seco que estaba todo; aquel terrible verano se estaba llevando la poca fe que tenía en ese huerto. Acababa la semana, como la empezó: con su centenaria espalda doblada, arrancando las malas hierbas, aquellas que tardan más en marchitar.

         













          Su mano, cuarteada por el tiempo, retiró su sombrero de paja, secándose, con el brazo, el sudor que bajaba por la frente. «Qué sed tengo» –pensó, y comenzó a apartó un listón de los que que tapaban la boca de su pozo.

          –¡Eh, tú!, ¡¿qué haces ahí?! –gritó a un sorprendido jilguero, que, a trompicones, intentaba salir por entre las tablas–. ¡Malditos pájaros! Cansada estoy de tener que sacar polluelos del fondo, ¿no habrá otro sitio dónde anidar? ¡¿Es que no ven el peligro?! …de poco sirven estos tablones –refunfuñó, a la vez que dejaba caer un abollado cubo de zinc, atado a una soga; no quedaba mucha agua, pero alguna pudo recoger. Elevó el recipiente, y, sentada en su destartalada silla de enea, bebió de él.
 
          «Ana, el agua de ese pozo, algún día, te matará» –le comentaban sus paisanos. «Llevamos toda la vida juntos, si me hubiera querido matar, ¿a qué esperar tanto?» –les respondía, dejándolos sin opción a réplica.

          Y así era; su padre lo comenzó, el año que Ana vino al mundo; sus hermanos se dejaron la piel, ahondándolo, y ella, la única de todos que aún vivía, seguía dándole uso.
                                                                                                         
          Mirando el brocal, le vino a la memoria la costumbre, que practicaban siendo niños, de formular un deseo al pozo; también recordó que ninguno se hizo realidad. «Qué montón de ilusiones ahogadas en este agujero, tendríamos que haber deseado lo contrario, igual…» –meditaba, dándole vueltas al dilema: qué querría que no pasase, qué no tendría que cumplirse.


          «¿Salud? No quiero tener buena salud… ¡No, no! No vaya a ser que, esta vez, acierte. ¿Amor? ¡…anda, anda! ¿Dinero? ¿Deshacerme del poco que me dan? Total… ¡nada y eso!», y, tras aclararse las ideas, pidió el deseo.
  
          –Acabó de darme cuenta que no he tirado una moneda –se dijo, mientras rebuscaba en los bolsillos de su polvorienta falda–. ¡Vaya, olvidé traer una! Ahora que caigo, he deseado no tener dinero… y no he perdido una moneda... ¡mierda! ¡...como siempre, se ha cumplido lo contrario!

 

         Permaneció un rato observando la imagen (la suya, claro) que flotaba en el interior del cubo, volvió a tomar agua, y, con la que quedó, se refrescó la cara. Dejó el receptáculo en el suelo, incorporándose. En tanto, recomponía los listones del brocal, dirigió su mirada al interior del pozo, susurrando:  


          –Qué más deseo te puedo pedir, viejo amigo, que no sea el que me sigas dando de beber.  


          Un solitario jilguero revoloteó sobre ella, bajo un sol de justicia.



2 comentarios:

  1. Precioso relato Antonio .. me recordó siendo yo pequeñita (3 añitos) el tiempo que vivimos en Alegría - Álava en una casita baja al lado había otra casa donde había un pozo de donde sacaban el agua y bebíamos .. un agua clara transparente y fresquita .. muy fresca ..
    ¡¡¡¡ que buena estaba !!! Se me hizo la boca agua según leía el relato
    Tus relatos casi siempre me transportan a momentos muy bellos.
    Gracias por compartirlos. Un besito


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  2. Si he conseguido que revivieras un momento mágico en tu vida, si he conseguido hacerte feliz mientras recordabas tu niñez, habré logrado el propósito de escribir, hacerle la existencia un poco mejor a todo aquel que entre en mi blog.
    Gracias a ti, por la visita, y el lindo comentario.
    Un beso, Ely.

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