Embrujo, el espectáculo flamenco, desaparecía; cuando soplan malos vientos, la cultura se lleva la peor parte.
UNA SILLA.– (Suspirando) Esto se acaba. Dos años, juntos, y ahora, ¿qué será de nosotros?
EL TABLAO.– Tal como estoy, y viendo la situación actual, quizás termine siendo partícipe del recubrimiento de chabolas, (apagando el tono de voz) o en alguna candela de los “sin techo”.
OTRA SILLA.– ¡No seas cenizo!... ¡Ay, perdón!
UN MICRO.– Ojalá que mi destino siga ligado al arte, porque me veo dando misa en las muchas sectas que ahora proliferan, o amplificando las mentiras de algún político de barrio.
EL CAJÓN.– Me imaginaba animando bodas, bautizos y comuniones, pero la ruina que tenemos encima, no guarda los debidos sacramentos.
OTRO MICRO.– (Nervioso) ¡Callad! ¡Ya están aquí!
Se hizo el silencio, el cuadro flamenco subió al escenario.
Esa noche, hasta bien entrada la madrugada, la bailaora zapateó como nunca antes lo había sentido; el maestro a la guitarra, y el cantaor (o cantaó), se arrancaron por distintos palos mostrando toda su jondura, mientras, el duende pellizcaba el alma del respetable, por última vez.

UN MICRO.– (Resoplando) ¡Qué paliza! (Hace una pausa) Aunque, cuánto echaré de menos todo este mundillo.
UNA SILLA.– Bueno, nunca se sabe, quizás tengamos suerte y... Además, ¡que nos quiten lo bailao!, ¡¿no, tablao?! (Se le escapa una risita sarcástica)
EL TABLAO.– ¡Está graciosa, la niña!
LA OTRA SILLA.– Seguro que volvemos a coincidir; vivimos en un pañuelo, no muy limpio, pero...
EL CAJÓN.– Vereis como no nos irá tan mal, llevamos muchas tablas. (Volvió a reírse la silla)
EL CAJÓN.– Vereis como no nos irá tan mal, llevamos muchas tablas. (Volvió a reírse la silla)
EL TABLAO.– ¡Otro que también está “simpático”!
EL OTRO MICRO.– Venga, tablao, a mal tiempo...

Aquellos que, aún, tenían resina, dejaron escapar una gota.
Amanecería, pronto; no tardaría, el futuro, en comenzar el desalojo.
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