sábado, 27 de octubre de 2012

UN ESTANQUE DONDE MIRARSE




          Caminar por aquellos jardines, siempre fue una debilidad para ella. Un sitio así, inducía al paseo, a una buena lectura, y a la reflexión.
        
          Internarte en él, te llevaba a otra época, a los tiempos en los que la calma se imponía como la mejor forma de vivir.
        



             Bajo  la  atenta  mirada  de  las espigadas palmeras, Esperanza se dejó ir; esa mañana quería evadirse de los problemas cotidianos. 


           Aislado por una vegetación que le había ganado la partida al jardinero, encontró un desolado estanque; un lugar al que no prestó mucha atención en visitas anteriores. 







           Ese día, sin saber por qué, decidió acercarse para ver el interior.







         Apoyada en su baranda, lo primero que le sorprendió fue el agua; cientos de pequeñas flores ocupaban gran parte de su superficie, dejando entrever unos anaranjados peces.





         Con el poder hipnótico que provocan estos animales, su reloj se detuvo, y quedó flotando en la contemplación.


         Un extraño baile parecía producirse entre los peces y las flores; el pausado movimiento de los primeros, arremolinaba a las segundas, meciéndolas de aquí para allá.




            En  ese  deleite  se  hayaba  cuando  irrumpió,  entre
las  llamativas  carpas,  otra  enorme,  y  de  siniestro  aspecto. 
«¿Y tú, de dónde sales?», se dijo Esperanza.












 
           La siguió con la mirada, intentando averiguar si existían otros ejemplares similares. Después de un rato, descubrió que eran los únicos seres que desentonábamos allí.



          Se movía de forma tan brusca que  rompía el pausado tránsito de los demás; su desparpajo la cautivó, olvidando al resto de ocupantes de la alberca.



           Nadaba de un lado a otro, sacando la boca como queriendo respirar fuera del agua, dejando en paz a sus vecinas solo cuando se sumergía; en el momento que volvía a emerger, el vacío se creaba a su alrededor. Eran dos imágenes en la misma fotografía, una en blanco y negro, y movida, y otra en color, y serena.





















          No pudo menos que comparar aquella escena con la realidad que la circundaba, con su día a día, y produjo como resultado un negativo de esa doble imagen.

         En una sociedad gris,  y adormilada, aquel que emergía de entre los mediocres, dando color a su existencia, y actuando, se le aislaba, se le rehuía; una masa anodina y un ser «vivo», juntos en una «alberca» a la que llamamos existencia.




         Y de resultas de todo esto, le comenzaron a surgir dudas:



«¿Era irremediable  esta mediocridad?»

        
«¿Qué se debía hacer para superarla?»

  
«Y ella,  ¿cómo podía ayudar en esa transformación?»




            ...



           Así, de esta manera,  cambió una  luminosa  y tranquila mañana de verano:  un estanque, unos peces y Esperanza.






2 comentarios:

  1. Gracias, Dunaluna. Me alegra el hecho de que el relato te haya gustado, y el detalle de haberme dejado este comentario.

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