martes, 16 de octubre de 2012

HOY, JUEVES



         La noche se alejaba tras el campanario de Monte-Sión. Los primeros en llegar traían mercancía de dudosa procedencia, los primeros en marchar tenían prisa por quitarse de en medio.

          Se empezaban a formar corrillos alrededor de los tempraneros puestos. Pronto, entre las calles Regina y Feria, no cabría un alma; como todos los jueves, el mercadillo que lleva este nombre, se convertiría en un hormiguero.


          Pedrito, que mantenía el diminutivo a pesar de ser octogenario, se terminó el desayuno. Fuera del asilo, lejos de la vigilancia de las monjas, sacó un cigarrillo que mantenía escondido, y pidió fuego.

          En su camino al Jueves, solía rebuscar en los contenedores aquello que aún quedase tras el paso del camión de la limpieza. Ese día, encontró un deslucido florero que se había salvado de la recogida. «Algo me darán por esto», pensó.



          Cuando llegó, la placita, frente al campanario, estaba tomada ya por los comerciantes. «Debería de haber madrugado más», se dijo, y, como buenamente pudo, se hizo un hueco.

          Llevaba años actuando igual, lo que le había reportado cierta popularidad.

          –Pedrito, ¿qué vendes hoy?  –le preguntó un librero que tenía por vecino.


          Parco en palabra, levantó lo que traía.




          No desentonaba la presencia de alguien ofreciendo un florero. Cualquier cosa, que se pudiese dejar en el suelo, se podía encontrar allí: desde unos tornillos oxidados y retorcidos hasta baldosas con restos de mezcla, de una primitiva cámara de fotos a un traje de flamenca «casi nuevo».    
 




         

          La gente pasaba por delante suya pero no se detenían a regatear –la forma más usual de transacción en este tipo de negocios–. No sería extraño que se marchara tal como vino, lo raro era que vendiese algo.





          La mañana avanzaba con un cielo tan despejado que su luz molestaba a la vista. Para protegerse del sol, Pedrito traía una desfasada gorra, guardada en su chaquetón, y se la puso.

         –Abuelo, tenga esta silla, que le va a dar algo de estar tanto tiempo de pie  –fue el ofrecimiento de un marchante que exponía unos destartalados lienzos.



















         Se sentó, y, entre el «solecito» y el aburrimiento, quedó adormilado.







          –¿Perdón…? ¡perdone!  –gritó un hombre de mediana edad.


          El señor, señalando su cabeza, le pidió precio por la gorra; la quería para su colección.

         –¡¿Mi gorra?! –exclamó el anciano. «Separarse de ella, después de tantos años…», se respondió.

          –¡30! –soltó Pedrito.

          –¡¿30?! ¡Le doy 10!

          El regateo se fue acortando hasta quedar a mitad de trayecto.

          –¡Vaya, al final  te has estrenado, viejo! –le lanzó un hippy que vendía uno discos de vinilo tirados sobre una sábana.





         El mediodía se había echado encima, era hora de recoger los bártulos.



         Poco a poco, se fue desalojando el mercadillo.




          «Esto merece un mosto de Umbrete, antes de volver con "los cuervos"; les diré que se me olvidó la hora del almuerzo», masculló, mientras devolvía la silla.


           Encaminandose a una tasca que conocía en la Plaza de la Encarnación, desapareció del lugar; un infortunado florero aguardaba, por segunda vez, al camión de la limpieza. 


8 comentarios:

  1. me encantan los mercadillo les da a las ciudades una gran aire bohemio!

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    1. Gracias, Dunaluna, por dejarme un mensaje. Los mercadillos son espacios atemporales, cualquier foto de estas podría haberse realizado hace años teniendo a personajes parecidos, y la misma mercancía (jejeje).

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  2. Edte relato de mercadillo es muy bueno Antonio...Te hace llevarte automaticamente en cualquiera de los personajes...Y me entusiasmo que "el viejo consiguiera vender...su gorra".Gracias por el deleite

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  3. Una vez más, gracias, Montse.
    Intento que los diálogos sean lo más humanos posibles, y, de esta manera, integrarlos mejor en la vida diaria del lector.

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  4. Pero que penita¡¡
    Siempre me ha gustado rebuscar entre las cosas viejas.
    Se siente el aroma a nostalgia, a hurto,a pobreza,riqueza........
    Todo es válido,todo su historia.
    Y con ésta,me quedo más con la del pobre Pedrito que se quedó dormido,sin gorra.....Y así seguirá un día, y otro .....
    Pero no siempre con la suerte,de que alguien se fije en él como tú lo has hecho.
    Ese día ,se quedó con el jarrón,pero también con tu mirada amable.
    Y no sigo,que estás descansando.
    Un beso

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  5. Lo leí esta mañana, y no pude articular palabra; lo he vuelto a leer, y me sigue conmoviendo tu comentario.
    Te agradezco el seguimiento que haces a mis relatos, y por supuesto el detalle de compartir conmigo los pensamientos que ellos despiertan en ti.
    Sabes que la mejor manera que tengo de darte las gracias es mandándote besos, y esta vez van unos pocos, so pena de que me vuelvas a llamar "besucón".

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  6. Buenos días, un bello relato, que me transporto a una época de mi vida muy feliz . Iba con mi padre todos los domingos por la mañana al mercadillo que había en la Plaza España de mi ciudad y estas bellas fotografías m e han hecho entrar en aquellos puestos con esas maravillosas cosas que había y que me quedaba con la boca abierta contemplandolas ....
    Magnifico relato ...

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  7. Este tipo de comentarios me alegran sobremanera, por el hecho de traer buenos recuerdos a la memoria de la persona que lo lee.
    Te agradezco la visita al blog, y tus bonitas palabras.
    Gracias de corazón.
    Un beso, Ely.

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