viernes, 25 de enero de 2013

LA MEMORIA DEL TITANIC




     Vine al mundo aquella madrugada de 1912, la noche en la que el enorme iceberg sentenció al Titanic.

     Ese 14 de abril no tendría que haber sido el alumbramiento, y menos en un día en el que tantos inocentes lo abandonaron; las circunstancias quisieron que rompiese agua en el mismo momento en que la misma se adueñaba del coloso de acero.






     Lo que ocurrió a partir de ese instante, lo imagino por lo que cuentan; vivo ese episodio como si se hubiese producido hace unas horas; visualizo el traicionero bloque de hielo una y otra vez, y cuando parece que lo tengo superado vuelvo a revivirlo. 


      



     Las carreras por los pasillos hasta alcanzar el exterior, los empujones, las caídas, el suelo inclinado, los botes iluminados por las salvas, el ruido, ese ruido de madera resquebrajada, el frío, se aparecen como fotogramas surrealistas. 





      
      Nadie ha mencionado mis gritos, quizás porque se vieron ahogados por los de los pasajeros que huían de la tragedia. Sin tiempo para más, fui alojado en un bote salvavidas, entre los afortunados; a mi espalda, el temible Atlántico se apoderaba del navío, y una gélida oscuridad acababa con el humo de sus chimeneas.


      
      El confiado «insumergible» desapareció dejando un dantesco escenario sobre el mar. De no haber acudido otro transatlántico, el Carpathia, la muerte, que nació conmigo, y una reseña en las enciclopedias serían los únicos vestigios de lo ocurrido.






      

 




     Pasaron los años, años en los que los náufragos tuvimos que aprender a vivir con aquel recuerdo. Algunos quedaron señalados por el dedo de la culpa, aguantando el peso del deshonor; otros convivieron con la pesadilla, y el llanto por los seres queridos. Todos quedamos atrapados en ese barco.


      
      Cuando el mundo se debate entre bayonetas, o decide a qué bandera seguir, las víctimas de cualquier accidente representan gotas en el océano; poco a poco, el tiempo se fue depositando sobre el lecho marino.







     

      El hallazgo del pecio, y el séptimo arte, apadrinaron la botadura de «otro» Titanic; cientos de historias, montones de personajes, de gestos heroicos y ruines, de romances y calamidades, de mil y un detalles que habían permanecido sellados en su interior, lograban ahora que aquel buque navegara en la leyenda.
      
      De nuevo, se volvieron a ver bajar, por su imponente escalinata, a distinguidas damas de la alta sociedad, presenciar las animadas partidas de naipes en el popular Café Parisien, o disfrutar de las vistas en los Cafés Verandah.


      

      Una vez más, las risas de los niños se oían por la cubierta de paseo, estorbando con sus juegos a alguna que otra pareja de enamorados; mientras, el humo de los cigarrillos se adueñaba de las salas de fumadores, y la luz de los días despejados entraba en la de lectura. Los baños turcos o el gran salón de inspiración versallesca repetían como perfectos decorados de una vieja Europa que dejaban atrás.





      Los músicos amenizaban las largas jornadas de viaje, sirviendo de banda sonora a la esmerada tripulación que recorría docenas de kilómetros por sus camarotes y cubiertas. El trajín en su enorme cocina era tan frenético como el subir y bajar de los ascensores.









      

      Ignorados, unos ratoncillos dormitaban en las despensas de alimentos, compartiendo clandestinidad con algún polizonte que hacía lo mismo en la bodega de equipajes.




      Los que apenas poseían algo, las clases más humildes, intercambiaban sueños de un futuro mejor en tierras americanas; a sus pies, una sala de calderas, que nada tenía que envidiar al mismísimo infierno, provocaba el rotar de las gigantescas hélices.




     
      Aquellas escenas, aletargadas en el fondo oceánico, tomaban de nuevo protagonismo. La traída a primer plano de esas imágenes, incluidas en un sinfín de documentales, libros o exposiciones, suponían un penoso recordatorio para algunos, y un necesario homenaje para otros.


              El destino ha querido que sea, de los supervivientes del naufragio, el último que quede con vida. He superado los cien años, y en cada aniversario, mientras apago las velas, deseo que nunca se olviden de mí. 
      
      Disculpen que no me haya presentado, soy... 


LA MEMORIA DEL TITANIC. 
















Mi agradecimiento a los responsables de
«Titanic. The Exhibition»
por haber hecho posible este relato.




8 comentarios:

  1. Antonio, perfectamente este relato podría estar resguardado del tiempo en el interior de una cajita musical de la época... colocado en la exposición cual objeto valioso por su luz propia cual estrella... testigo de ese fatídico día.

    Repleto de inteligencia por hacer sentir dicho sentimiento y dotado de sentimiento por hacernos sentir que un objeto posee vida.

    Gracias por deleitarnos con tus sentidos... haciéndolos nuestros.

    Un tierno abrazo.



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  2. Rosa, tus comentarios suelen ser micro-relatos, de bella factura. Tienes la habilidad de condensar, en pocas líneas, el sentimiento que te produce la lectura del texto, y la contemplación de las imágenes.
    Agradezco tu opinión; me alegra mucho que te haya gustado, y que dejases este mensaje.
    Te envío un abrazo, junto a un beso.

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  3. Antonio...es realmente muy tierno, emotivo y cuidadoso...Respaldo las sabias y lindo comentario de Rosa Macias.
    Tuve que esperar a leerlo..y sinceramente, valio la pena.
    Muchas gracias por los relatos, que tan gustosamente nos deleitan, a los que nos gusta la lectura.
    Bicos mil

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  4. Gracias Montse Almagro (con el permiso de Antonio, contesto a tu comentario) por estar de acuerdo conmigo.... el lenguaje del alma llega a todos los corazones, verdad querida amiga?

    Un abrazo,
    Rosa Macías

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  5. Antonio, dime que ser no puede tener "momentos pelillos de punta y nudo en la garganta" al observar los detalles de cada fotografía.

    La alfombra roja aterciopelada desgastada e impregnada aún por el sonido de ciertos tacones ronroneantes.

    El mueble del lavabo donde creo ver ante el espejo la figura de un señor afeitándose para acudir a una de las mágicas veladas.

    La cubertería que en su día cegaría a cualquiera q la mirase, seguramente gracias a las cansadas manos y el roce de un trapo para sacar brillo y brillo y más brillo... para despues ser ensuciada sin piedad.

    Un reloj que dejaría de dar cuerda un amante para "parar" el tiempo en los brazos de sus amada.

    El banco oxidado donde muchas personas de tercera clase soñarían con sentarse y poco pudo ser usado.

    Esas botillas que aún contienen su belleza y seguramente no por el dinero que costasen, junto al sombrero.

    Ese traje cuidadosamente colocado encima de la cama, con sus zapatillos a juego que perteneció a un alma que andará errante.

    Sí es que tus fotos ya hablan por sí solas... además tenemos el privilegio de poder disfrutar de tu relato que las acompaña.

    Con el alma te lo digo:

    Es un placer leerte viéndote!

    Un beso.

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    1. Si alguna vez tengo que ampliar el relato acudiré a tu comentario, es magistral.
      Un placer, esperar tus mensajes. Tu sensibilidad da vida a las imágenes, y tus palabras las hace revivir en nuestra imaginación. Gracias por tan bella opinión, fruto de un alma limpia como la tuya.
      Un abrazo, y un beso.

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  6. Me ha gustado mucho, me apasiona la historia de esta tragedia que ha dado para tanto y que permanece imborrable en la memoria de todo el mundo. Lo dicho: me gusta, compañero

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  7. Te agradezco el comentario. Procuraré visitar tu blog, y dejar alguna nota. Un abrazo.

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