domingo, 25 de noviembre de 2012

ANíBAL Y SU ELEFANTE ROJO (Cap.I)


             «No hay mayor placer que el de encontrar un viejo amigo,
                                                      salvo el de hacer uno nuevo» 
                                                                                    Rudyard Kipling


       I. El encuentro


  31 de mayo de 1929:
hace dos semanas que se ha inaugurado la Exposición Iberoamericana de Sevilla;
la ciudad es un escaparate al mundo entero.



En un corral de vecinos
del sevillano barrio de Triana...





          –¡Ha muerto Aníbal!  ¡Acaban de decirlo por la radio!
–gritó alguien desde el patio.

         Francisco se llevó las manos a la cara, y comenzó a llorar. Sus lágrimas iban cargadas de recuerdos.
     
        Lo primero que le vino a la memoria, fue aquel otro mes de mayo, pero del año 1919, cuando pisó por primera vez el suelo hispalense.


          Con el objeto de estudiar Farmacia, se trasladó a casa de un tío suyo, propietario de un horno alfarero; tenía la idea de pagarse la carrera trabajando para él.
      
           En aquellos tiempos, el trabajo no faltaba. Los jardines, paseos y pabellones para la soñada, proyectada, y tantas veces aplazada, Exposición Iberoamericana, necesitaban abundante mano de obra, e innumerables piezas ornamentales;
los alfareros funcionaban a revienta calderas.



      A pesar de eso, su tío pensó que ejerciendo para el Estado ganaría más, y lo pudo incluir en una cuadrilla de artesanos encargados de colocar las figuras de cerámica en lo que iba a ser el buque insignia de la Muestra: la Plaza de España.

  


    
      La parte sur de la ciudad era un hervidero; además de los mencionados pabellones, grandes obras de infraestructuras levantaban una nueva urbe; en un esfuerzo titánico, Sevilla intentaba dejar atras décadas de abandono.


       
 


     Cuando llegó por primera vez a la «guinda» de futuro evento internacional, creyó adentrarse en un gigantesco hormiguero formado por miles de obreros; la plaza se llevaba levantando desde hacía cinco largos y penosos años. 




         Un bosque de andamios, poblado de albañiles, se elevaba al cielo, mientras, bajo un sol de justicia, los peones se dejaban las manos descargando ladrillos de cientos de carros, tirados por mulas, que los acarreaban desde el colapsado puerto; enlosadores, escayolistas, carreteros, aguaores, los ya mencionados albañiles y peones, se afanaban en una locura colectiva.

      Aquel ir y venir de polvorientos seres, confería al enrarecido ambiente un aire surrelista.



      Su buen pulso, llevó a Francisco a ser requerido para perfilar aquellas rozaduras que pudiesen presentar la cerámica, o los azulejos. Llegaba incluso a rectificar posibles fallos ortográficos que, junto a su excelente caligrafía, hizo que, en los ratos libres, fuera solicitado por sus compañeros para redactar o leer el correo. El ingente número de campesinos, venidos a obreros, la inmensa mayoría analfabetos, necesitaban el contacto, aunque solo fuese por escrito, con sus alejadas familias para no sentirse
tan desarropados en aquel maremágnum.



      Una tarde, durante su descanso, acertó a pasar el cerebro de todo aquello, el arquitecto del proyecto, Aníbal González.
      
      –Muchacho, tienes buena letra  –dijo Aníbal–. ¿Sabes escribir, o te limitas a copiar?
      
      –Aprendí a leer, trazando letras en el taller alfarero de mi padre.

      –Ese acento… ¿eres cordobés?

      –Sí señor, del mismo Córdoba –le respondió Francisco–.

     –Aquí tenemos gentes de muchos sitios, y, gracias a Dios, muy buenos trabajadores. Creemé muchacho, con esa habilidad, llegarás lejos.

     –Me conformaría con terminar la carrera, y ser un buen farmacéutico.


      –¡Farma... pamplinas! ¡Boticario, suena mejor!

      Francisco quedó perplejo ante el genio de aquel hombre de pequeña estatura, delgado de formas, pero con buen torrente de voz; el silencio se hizo en el lugar. 
      
      –Hoy en día, alguien que sepa leer, y escribir de esa manera, es difícil de encontrar, y sería una pena desperdiciar tus facultades
–prosiguió algo más calmado. La simple mirada a uno de sus ayudantes, bastó para que este supiese lo que quería decir.


      


      No tardaron en pasarlo a la barraca que hacía funciones administrativas, comenzando a redactar escritos de diversa índole: instancias a estamentos gubernamentales, comunicados de prensa, e incluso la correspondencia del arquitecto con conocidos personajes de la ciudad. 


 
    

      Con el avance de las obras, los problemas de comunicación eran evidentes. Aníbal se enfrentaba a un imponente elefante de barro cocido, de ladrillo rojo; eran decenas de capataces, los que  tenían que hacer maniobrar a todo un ejército. De esta forma, decidió que Francisco le siguiese, tomando nota de lo que ordenaba, de las rectificaciones sobre el terreno, de nuevas ideas surgidas en un instante de inspiración, de cartas a terceros; se convirtió en la sombra del arquitecto.




      
      Por desgracia, no sería la única sombra que llevase «el Don Juan de la arquitectura», así llamado por sus contemporáneos; otra más preocupante, le acompañaría mientras durase su cometido.



6 comentarios:

  1. Te envuelve en el personaje.Me gusta y promete....

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  2. Gracias, Montse. Espero que el resto de la historia, responda a tus expectativas.

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  3. Si llego a saber que no termina Antonio,no lo leeeeeeeeeeeo.
    Es como mirar una buena película y cuando estás en lo mejor,van y te ponen......Continuará.
    Eso no se hace¡¡¡ jajajajaja
    Por cierto,que buenas fotos la acompañan.
    Avisamé cuando esté acabada si????
    Castigado sin beso, de momento.
    Be......continuará

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  4. Ángeles te agradezco la lectura del primer capítulo.
    Te recuerdo que el segundo también está publicado, y al igual que este deja un final misterioso, pero no tan intrigante como este primero, jejeje!
    Aunque no haya recibido ningún beso, no soy rencoroso, y te envío uno bien grande.

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  5. Vaya, vaya... sabes lo que echo en falta? Una foto de Anibal Gonzalez y otra de su seguidor, Francisco. Está muy bien!!

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  6. Gracias, Elena. La foto de Anibal aparecerá, pero a su debido tiempo, la de su seguidor, está inspirado en Francisco Alcaide, un contacto que tú conoces de G+, que como él, es de Córdoba, vivió en Sevilla, en Triana, y estudia Farmacia.
    Me alegro que te haya gustado.

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