

En el misterio de esta iluminación, me imagino a unas pequeñas musas sentadas a ambos lados del teclado (en el supuesto que se fuese a escribir a máquina u ordenador) a modo de angelitos, más bien angelitas, estimulando esa transformación del vacío en literatura, en arte.

Las veo observando, entre el humo de un cigarro, a Truman Capote; comentando, entre si, lo acertado de una expresión castiza de Arniches; discutiendo, con Alan Poe, las posibles alternativas a un enigmático crimen; pensativas ante una encrucijada existencial de Albert Camus, o contando y descontando, de la mano de León Felipe, versos en el aire. Dramatizarían una escena por el Nilo, junto a Agatha Christie; aguardarían, en silencio, cuando Akutagawa se ausentara de este mundo; riesen, mientras Mark Twain cargaba la tinta para la próxima ironía; se resguardasen de las lágrimas vertidas por un sensiblero Andreiev, o quizás, dejasen escapar algún que otro bostezo, antes de compartir una pequeña siesta, conmigo.


Sabido es el carácter perfeccionista de algunos escritores, lo que lleva a un buen número de estas pobres hadas a jubilarse sin ver terminada su tarea. Las que tienen más suerte, ¡y dan con un autor que acaba definitivamente una obra!, esperan, con espartana paciencia, que pronto alguien se ponga, de nuevo, ante un espacio en blanco.

Parafraseando a Dickens, cuando las hayas encontrado, escribe.
A Rocío Troya
Gracias por el relato,muy entretenido,y las fotos son preciosas!!
ResponderEliminarGracias a ti, por tu visita.
ResponderEliminarFANTÁSTICO<<<PRECIOSO...LLENA EL ALMA<<<<GRACIAS MIS FELICITACIUONES<<<<LO MENOS <<<ROSARIO ORREGO
ResponderEliminarTe agradezco, Rosario, tus palabras. Me llena de ilusión, saber que te llena el alma mis relatos, su texto y su fotografía. Espero seguir contando con tus visitas en el futuro. Te deseo lo mejor. Un beso.
Eliminar