
De vuelta miré con cuidado entre las macetas, mejor dicho entre el bosque que tengo adoptado en mi balcón. Allí estaba, una tórtola gordita, bien criada, pero algo extraña. Su cabeza parecía diferente. Tampoco era plan de acercarme a dos palmos para verla mejor. Desde la distancia empecé a hacerle fotos con la intención de ampliarlas, y poder observarla mejor. Pacientemente los dos realizamos la seción fotográfica. Ella aguantó un sinfín de clic ("cliques", más bien) sin apenas moverse, y yo me arañé con algunas ramas y con los cactus.
La dejé hasta que, pasado un buen rato, desapareció.
Ha vuelto a venir de vez en cuando al mismo sitio. No es la única, pero sí la más asidua, y a la que más se le oye. Esta viejecita se siente muy atraída por mi "paraiso": tiene fácil asentamiento, sombra, agua (en algunos platos de macetas), y, de no ser por el pesado de las fotos, mucha tranquilidad.
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